El partido se termina. Contra todos los pronósticos, la Juventus gana, gusta y golea en el mismísimo Santiago Bernabéu. El Real Madrid empuja, pero lo hace sin ideas. El 3-0 obliga a jugar alargue. Y luego, si hace falta, llegarán los penales. Aunque, de repente, todo cambia. Es un segundo, un instante, un escándalo.
El reloj marca 47 minutos del segundo tiempo. Isco tiene la pelota sobre la banda izquierda. Busca el centro pero no encuentra el hueco para tirarlo. Entonces toca atrás para Asensio, quien a su vez alarga para Kroos. El alemán tiene espacio. No mucho. Por eso, en lugar de pegarle al arco, busca al salvador del equipo. Sí, a Cristiano Ronaldo.
El pase es profundo, alto, altísimo. Pero el portugués salta más que Alex Sandro y la deja ahí, muerta, en la boca del arco. Buffon ve venir a Lucas Vázquez. Es gol, parece gol. Pero Benatia se recupera, aparece como un fantasma y atora al hombre del Merengue.
En apenas segundos, la Juventus ve que su sueño se desmorona. Parece injusto, pero así también es el fútbol. Higuaín le deja su lugar al polaco Wojciech Szczesny, el arquero suplente. Aunque todavía falta la ejecución, ya parece historia juzgada. Cristiano Ronaldo agarra la pelota. Quiere ser, otra vez, el chico de la tapa. Y su derechazo le cumple el deseo: alto, fuerte, al ángulo derecho, su remate se convierte en el 3-1.
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